Una persona consume por año 1.024.000 litros de agua, lo que representa la mitad de una piscina olímpica. Por ejemplo, en un día una persona utiliza 4 litros de agua para lavarse la cara y, en promedio, 3 para las manos y 5 para lavarse los dientes, y se consumen 100 litros de agua en una ducha de 10 minutos.
El lavado, como cualquier tipo de actividad que requiera agua, debe realizarse de manera responsable para no desperdiciar el agua, ya que es un recurso esencial en nuestra vida y, debido al crecimiento poblacional, su disponibilidad está disminuyendo.
Más allá de la higiene personal, el lavado de manos se conecta directamente con la salud pública: reduce el riesgo de contagios, disminuye la mortalidad infantil y mejora la calidad de vida de toda una comunidad.
Según datos de UNICEF, este hábito puede reducir en un 30% los casos de diarrea y hasta en un 20% las infecciones respiratorias agudas.
En la actualidad, muchas personas carecen de acceso al agua potable y limpia. Su cuidado resulta del trabajo conjunto y lo importante es que todos podemos contribuir, optando por hábitos sustentables, sin perder de vista que es fundamental hacer un uso solidario y responsable de este recurso.
Hay situaciones cotidianas en las que la higiene de las manos es indispensable:
Antes de comer o preparar alimentos.
Después de ir al baño.
Tras toser, estornudar o sonarse la nariz.
Luego de tocar basura.
Después de cuidar a alguien enfermo.
Si bien durante la pandemia se han visto infinidad de videos del tema, nunca está de más recordar cómo se debería realizar un correcto lavado de manos:
Mojarse las manos con agua limpia (sin dejar la canilla abierta innecesariamente).
Aplicar jabón suficiente para cubrir toda la superficie.
Frotar durante al menos 20 segundos, incluyendo entre los dedos y debajo de las uñas.
Enjuagar con agua limpia.
Secar con una toalla limpia o al aire
Este proceso no solo asegura una limpieza completa, sino que también marca la diferencia entre un gesto rutinario y un verdadero acto de prevención.
El lavado de manos es esencial, pero no debemos olvidar que depende de un recurso limitado: el agua potable. Aunque el 70% de nuestro planeta está cubierto de agua, solo una pequeña fracción es apta para consumo humano. Y en muchas regiones del mundo, millones de personas no tienen acceso a ella.
Por eso, la higiene debe ir de la mano del cuidado del agua. Algunos hábitos simples que marcan la diferencia son:
Cerrar la canilla mientras te enjabonás las manos.
Reparar pérdidas en grifos y cañerías.
Reutilizar agua cuando sea posible (por ejemplo, agua de lluvia para regar plantas).
Usar solo lo necesario al cepillarse los dientes, lavar platos o bañarse.
Cada vez que abrimos la canilla y nos tomamos unos segundos para hacerlo de manera correcta, estamos cortando una cadena invisible de gérmenes que podrían afectar a nuestra familia, compañeros de trabajo, amigos o incluso a personas desconocidas. Lo que parece un gesto pequeño se convierte, en realidad, en un acto de prevención colectiva.
Además, pensar en el agua como un recurso limitado nos invita a usarla con conciencia. Cuidarla significa garantizar que futuras generaciones también tengan acceso a este derecho básico. La higiene, entonces, no debe entenderse de manera aislada, sino como parte de una mirada más amplia hacia la salud pública, la equidad social y la sostenibilidad ambiental.
En definitiva, el lavado de manos nos recuerda que la salud no solo depende de grandes avances médicos o tecnológicos, sino también de hábitos cotidianos y accesibles que están al alcance de todos. Y que, cuando se practican de manera responsable, tienen el poder de salvar vidas y construir comunidades más fuertes.